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Reseña

La limpieza étnica en Texas

Monica Muñoz Martinez, The Injustice Never Leaves You: Anti-Mexican Violence in Texas. Harvard University Press, 2018. 387 pp.

Mucho antes de que existiera el campo de concentración que se ubica hoy en McAllen, Texas, existía uno en Crystal City que albergaba familias japonesas y alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos centros han sido establecidos en ciudades del sur de Texas, cerca o sobre la frontera entre Estados Unidos y México. El nuevo libro de Monica Martinez, The Injustice Never Leaves You: Anti-Mexican Violence in Texas, cuenta cómo estas ciudades a lo largo del Rio Grande se convirtieron en imanes del terror de estado. La historia de la frontera Texas-México se lee como la historia de un escuadrón de la muerte.

Entre 1910 y 1920, no menos de 5,000 mexicanos fueron asesinados por los Rangers de Texas. Bajo la sombra de una “guerra” fabricada, no muy diferente de la actual “guerra contra el terror”, aquella década siguió el camino trazado por una pesada historia de legislaciones similares en la región. Durante el periodo Antebellum (previo a la Guerra de Secesión), las leyes anti-esclavitud de México arrastraron a muchos esclavos fugitivos del sur estadounidense en una carrera hacia la libertad, a través de una frontera ansiosamente vigilada. Y los Rangers de Texas, establecidos en 1823, operaban originalmente como una brigada paramilitar autónoma que reprimía a los indígenas y a la población mexicana del área. La resistencia de estos grupos mantuvo ocupados a los Rangers por alrededor de un siglo, provocando momentos espectaculares de lucha que, en ocasiones, cruzó la frontera e incluso afectó a colonos blancos. Para 1910, una significativa porción de la tierra aún permanecía en posesión de agricultores mexicanos. La década también estuvo marcada por la Revolución Mexicana (1910-1920), cuyo entusiasmo revolucionario se derramó a través de la frontera y aterrorizó a las autoridades del estado, de por sí preocupadas por su lucha para contener las actividades de organización del Partido Socialista. 

La reseña que este libro nos ofrece acerca de este periodo revela tres momentos de violencia anti-mexicana. En 1910, bajo el pretexto de una investigación por el homicidio de una mujer blanca, los Rangers de Texas secuestraron a un hombre mexicano, Antonio Rodríguez, y lo encarcelaron en la prisión del condado. En el mismo día, una multitud de personas blancas asaltó la prisión, removió a Rodríguez de su celda y lo quemó vivo a plena luz del día. Nadie fue juzgado por este linchamiento.

En 1915, dos mexicanos que eran propietarios de tierras, Jesus Bazán y Antonio Longoria, notificaron a los Rangers de Texas sobre unos delincuentes que podrían estar montando caballos que habían sido robados de sus ranchos. Los Rangers siguieron a los granjeros en su camino a casa y les dispararon por la espalda. Dos años después, algunos Rangers de Texas junto a rancheros estadounidenses y personal del ejército asaltaron un pueblo de granjeros mexicanos en la oscuridad de la noche, bajo la sospecha de que albergaban a un fugitivo buscado por las autoridades del Estado. Después de sacar a las familias de sus casas y de reunirlas en un espacio abierto, juntaron y ejecutaron a los hombres de aquel grupo, en lo que después llegó a conocerse como la Masacre de Porvenir. 

Laredo, Texas 1967 – Trabajadores de granjas mantienen un piqueteo de protesta ante las extralimitaciones de los Rangers de Texas en el Condado de Starr. Foto: United Farm Workers Organizing Committe.

Propietarios de tierras como Bazán y Longoria han frustrado continuamente a las fuerzas policiales de los colonos blancos, quienes han buscado la extensión de sus dominios en terrenos más baratos y más “blanqueados”. Los mismos Bazán y Longoria fueron elocuentes y francos, figuras conscientes políticamente en la comunidad local mexicana, cuyo liderazgo y capacidad de cohesión desafió la agenda de los colonos en el área. Luego de la masacre de Porvenir, dicha comunidad de granjeros mexicanos atrajo la atención de los rancheros, puesto que la relativamente autónoma población se las arreglaba para subsistir en una tierra que había sido catalogada como muy seca para el cultivo. El terror propiciado por los Rangers se alineaba muy bien con las necesidades de los rancheros blancos ricos. La alineación era tal que algunas personas, frecuentemente, pertenecían a ambos grupos. La masacre de Porvenir y los asesinatos de Bazán y Longoria fueron parte de una mayor escalada de terror por parte de las autoridades estatales durante aquellos años, en los que los Rangers de Texas masacraron no menos de 300 mexicanos. La escala y la brutalidad de esta violencia desencadenó el pánico y el miedo entre la población mexicana de esta región, provocando finalmente un “éxodo” masivo de granjeros, cuyas tierras luego pudieron ser adquiridas a módicos precios por los colonos blancos.

Pero la acumulación de violencia por una parte de las autoridades del estado creó problemas para la otra. La brutalidad de los Rangers despertó la protesta popular en México, mientras que los sobrevivientes apelaron al gobierno mexicano para que los respaldara en su búsqueda de justicia. Las cada vez más hostiles relaciones diplomáticas empujaron al congreso estadounidense a investigar formalmente a los Rangers hacia el final de la década. Aunque las audiencias revelaron gran cantidad de escándalos, como la política de “culpable hasta que se pruebe su inocencia” entre los Rangers, el congreso finalmente excusó su brutalidad apelando a las sanciones efectuadas sobre los linchamientos perpetrados por personas blancas, linchamientos similares al impune asesinato de Antonio Rodríguez en 1910.

De la excepcional y meticulosa investigación de Martinez se desprende una serie de claves para comprender y describir mejor el estado capitalista-colonial. La expropiación masiva y la eliminación de las poblaciones indígenas sirvió de bautizo para las fuerzas policiales, los ejércitos y demás tentáculos de la represión oficial por parte del estado. Pero debido a que enfrentaban una tarea colosal y una fiera oposición, también se produjeron tentáculos de represión extraoficiales o latentes: las multitudes de linchamiento. Como Martinez nos muestra, distinguir qué propició la aparición de qué -la institución del linchamiento o los Rangers- es una labor lejos de ser sencilla. El hecho de que organismos de represión del estado, como los Rangers de Texas o las fuerzas de defensa israelís, hayan iniciado como escuadrones de vigilantes, es una característica de los estados coloniales, cuyas implicaciones aún debemos explorar.

Laredo, Texas, 1914- Jovita Idar fue una organizadora, periodista y la primera presidente de la Liga Femenil Mexicanista (League of Mexican Women). Aquí se encuentra en el centro de la imagen, frente a la imprenta de su periódico, El Progreso, cuyos reportajes la hicieron un blanco del acoso de las autoridades estatales. Foto: Georgia State University.

Mucho de lo que sabemos acerca de este periodo de violencia inenarrable se lo debemos al activismo valiente de familiares y testigos, particularmente mujeres, quienes lucharon para preservar un registro de lo que sucedió. En sus puntos cumbre, las luchas por revelar la historia de los linchamientos anti-mexicanos demandaron nuevas organizaciones e iniciativas colectivas que se extendieran más allá de las fronteras. Estas iniciativas fueron la Liga Femenil Mexicanista (1911) y el Primer Congreso Mexicanista (1911). Y no es casual que el retorno de movimientos populares de Chicanos y de liberación negra en los años sesenta coincidiera con esfuerzos importantes de recuperación histórica. Hoy, ya sea entre los sobrevivientes de la violencia anti-mexicana en busca de respuestas en la frontera, o entre las comunidades afroamericanas preservando los restos enterrados de los convictos de la era Jim Crow en Houston, las luchas para preservar las historias de los muertos proporcionan munición viva. El reconocimiento de crímenes por parte del estado puede parecer simbólico en la actualidad, pero las luchas que estos crímenes acarrean jamás lo son. Incluso nos pueden llevar más cerca de reclamar la posesión de la tierra al capital, y emplearla para la necesidad pública de honrar la memoria de estas víctimas de violencia. La memoria reconstruida será, ciertamente, un arma crucial para acabar con los campos de concentración y con la institución de la frontera. En una época previa, los movimientos políticamente maduros de trabajadores concibieron organizaciones contestatarias, que adelantaron luchas contemporáneas ayudando a preservar la memoria de la clase trabajadora entre sus propias filas. Hoy es más que desolador el hecho de que los ligamentos que sobreviven de comunidades asediadas y hechas pedazos por la violencia estatal -en la frontera, en Ferguson, en Standing Rock, en Palestina- han tenido que emprender la heroica labor de reconstruir la memoria por sí solos. 

Reseña por S.U. Traducción por Elpidio José González Aguilar.     

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